Las mejores erratas de mi bida 30 abril, 2017
Fabio Murrieta
Las erratas son, a qué negarlo, la pesadilla de cualquier editor. Con el tiempo aprendemos a vivir y a convivir con ellas y en mi caso doy por hecho que me sucederá como a Alfredo Landa en Benidorm, que por más que las vigila y vigila, siempre se le escapará alguna… A pesar de la ambigüedad intencionada del título, de las mías hoy no voy a hablar, que tamañas las he cometido, sino en este caso de las de los demás.
La primera vez que caí en la cuenta de lo que podía ocurrir si durante la operación se te quedaba el bisturí en el abdomen del paciente, fue hace muchos años en Pinar del Río. La imprenta provincial trabaja por supuesto con tipos de plomo, y una vez revisando unas galeradas, aparecieron diálogos y personajes que nada tenían que ver con el texto original:
Resulta que el tipógrafo, que no es el oficio más viejo del mundo, pero casi, tenía tanta destreza que era capaz de oír la radio y componer una caja a la vez… hasta que se le cruzaron los discursos (es decir, los cables), y comenzó a mezclar a Ama Rosa y al Doctor Beltrán en nuevas aventuras que nada tenían que ver con las suyas…
Corregir un texto es en ocasiones engorroso y todos los autores de Aduana Vieja habrán sufrido la ira del editor cuando envían más correcciones de las permitidas, sobre todo porque se suponía que ya el trabajo estaba listo para maquetar.
A nivel de escritura y de edición, la errata es una traición. Provocada por el inconsciente, por un fallo del estereotipo dinámico, por una vecindad sonora o por el uso indistinto de más de una lengua (el caso de los anglicismos, por ejemplo).
Aquí van algunas de las mejores con las que me he encontrado. Difícil olvidarlas porque quizás la mayoría lleva a equívocos sexuales o tienen una connotación escatológica y uno se imagina el impacto que tendría en el lector la curiosa alteración de sentido.
Mantengo ocultos a sus responsables (que para eso el editor es una suerte de médico, por aquello del secreto profesional y la discreción a llevar) y pido perdón, como en los prólogos, por si alguien ve retorcido reírse de los errores ajenos, pero confieso que, al menos estas, me divierten mucho:
-Sin duda acabamos de atravesar un buen ano… [por año]
-Nuestra virilidad se apaciguó después de que intercambiamos algunos masajes tranquilizadores… [por mensajes]
-Está claro que los mejores contratos siempre se alcanzan por la vía púbica… [por pública]
-El carácter lúbrico de mi infancia lo explicaba todo… [por lúdico]
-Detrás de un negro bugarrón se esconde siempre un gran aguacero… [por nubarrón]
-Derrochaba talento y su irrupción en escena lo cagaba todo… [por cegaba]
-Gracias a Dios, por un momento el mojito me dejó la cabeza completamente despegada… [por despejada]
-Aquella noche se me disparó la lívido… [por libido, es decir, quería ponerse colora’o, y se quedó mora’o…]
-Abre bien los ojos y avísame cualquier falo que veas… [por fallo]
–¿Qué hacemos ahora…? ¡Por dios, mama!… [por mamá]
Si asumimos que la errata es un lapsus mentis, podemos ser hasta indulgentes, aunque en muchos de estos casos, no tenemos más remedio que preguntarnos, ¿pero en qué c… estaba pensando ese día el autor…?