Han matado al papel, viva el papel… 28 abril, 2017
Fabio Murrieta
Para quienes hemos dedicado una vida al papel, a disfrutarlo y a crear con él (y en él), cansa ya la insistencia en su desaparición. Después de casi veinte años de vaticinios que aseguraban su desaparición, lo cierto en que en España se vuelve a publicar como antes de la crisis, y el libro electrónico ni de lejos parece tener ganas de plantar cara en la batalla.
Según las cifras de 2016, en España llegan a librerías más de 200 títulos nuevos cada día. A pesar de que en torno al 20% de la producción total de libros se hizo en formato digital, todavía no se cumple la ley de Pareto, que dice que ese 20% debería generar un 80% de los ingresos para que valga la pena. A fecha de hoy, el libro electrónico solo supone aproximadamente un 5% de la facturación en la industria editorial.
Nada mejor que haber querido matado al papel, que ni siquiera se ha hecho el muerto para ver el entierro que le hacían. El grueso de producción editorial fue de literatura infantil y juvenil, lo que asegura un buen futuro de lectores: el hábito no hace al monje, pero el papel sí hace al libro.
La clave de por qué se sigue prefiriendo el papel y no la pantalla no solo radica en la de falta de oferta y en la fatiga visual, sino en que la lectura en papel es un proceso arraigado cultural y evolutivamente más desarrollado.
La razón es que cuando leemos sobre papel, intervienen varios sentidos, además del visual, como el tacto (la suavidad o rugosidad del papel), el olfato (el olor a tinta recién impresa, a humedad, a nuevo, o a viejo…), y el oído (el ruido del pasar de las páginas) , y también desarrollamos otras capacidades la «espacialidad verbal»: Pongamos un ejemplo: al pasar las páginas de un libro, no solo podemos comprobar cómo se acumula verticalmente lo que hemos ido leyendo, es decir, es algo que podemos palpar y verificar físicamente, sino que si al principio del texto nos dicen que una lámpara era verde, y luego nos dicen que era roja, somos capaces de memorizar que aproximadamente al comienzo del libro, en página de la izquierda, más o menos hacia el comienzo de la misma, habíamos leído que la lámpara era verde… Y en efecto, somos capaces de localizar el pasaje en cuestión, precisamente porque cuando leemos vamos creando una especie de mapa mental del texto, que resulta imposible cuando leemos en un fichero digital.
Leer en papel, valga la comparación, tiene el mismo efecto en la mente del lector, que la obligación que tienen los taxistas londinenses de aprenderse el callejero de esta ciudad. El GPS está bien, pero si quieres una licencia de taxi en Londres tienes que demostrar que no te pierdes sin uno de estos artilugios.
Con los libros debería pasar lo mismo. No me digas que has leído Los hermanos Karamazov en un teléfono móvil, sino háblame de la bondad y de la maldad, de la hipocresía y de la inocencia, háblame de Dios y del Diablo…