Wendy Guerra y Shostakóvich en La Habana 29 mayo, 2017
Fabio Murrieta
La Habana ha tenido muchos ciclos ilustres: el de Villaverde, el de Cabrera Infante, el de Carpentier, el de Lezama, el de Dulce María, el de Arenas, el de Zoé, el de Pedro Juan…, por solo mencionar algunos, todos ellos pertenecientes a la narrativa (porque la poesía también los ha tenido), y ahora tiene también el de Wendy Guerra, a quien por más que intenten buscarle parecidos o la declaren heredera, ni se parece a nadie ni sucede a nadie. Toma de todos y no se parece a ninguno. Es clásica y moderna a la vez. Tiene lirismo, le sobra frescura y atrevimiento y todo ello con un estilo personal, sencillo y original, que lo mismo recuerda a Kundera que a Luis Rogelio Nogueras.
Wendy describe, pinta, canta, esculpe, filma y retrata a La Habana, cual artista polifacética, y en Domingo de Revolución lo hace planteando el mismo dilema de «virtuosismo o traición» que Shostakóvich lanzaba a las antiguas autoridades soviéticas: Su novela es denuncia pero también es catarsis liberadora de la paranoia de la revolución con sus artistas y escritores: llámese persecuciones, censura, enjuiciamientos, detenciones, delaciones, registros, amenazas, deportaciones…
Quizás ese haya sido uno de los más grandes errores de la revolución cubana: el no haberse dado cuenta de que la naturaleza del artista es la de la disidencia, lo cual no le convierte precisamente en enemigo.
Pero hay un error aún mayor que ese, si cabe, y es que casi sesenta años después, todavía no reconozcan la equivocación, ya que entre otras razones, saben que no hay armas para prohibir pensar diferente, o para evitar sentirse cubano, o para «romper filas» y sentirse español, japonés o finlandés.
Shostakóvich fue el símbolo de una creación atenazada por la dictadura, si bien nos demostró que hay vida más allá de la alienación. Y es que el arte, y la literatura, como dice el personaje de Wendy, tienen una capacidad fabulosa de volar y de transformarse, y aunque por hacerlo les castiguen y les nieguen la entrada al país que les vio nacer, las dictaduras no tienen armas capaces de combatir el sentimiento de identidad, ni tampoco el de sentirse de donde a uno le dé la gana.
Se lea o no se lea en La Habana, Domingo de Revolución es una de las mejores novelas cubanas de las últimas décadas.