El editor y el autor: Zapatero a tus zapatos 28 diciembre, 2016

Fabio Murrieta

 

Un original no es un libro. Es un texto que aspira a serlo. De ahí que ni el libro electrónico, ni la impresión bajo demanda ni tampoco la autoedición hayan hecho desaparecer al editor. Siempre digo que el libro se construye: La literatura es creación, la edición es arquitectura.

¿La mayor virtud de un editor…? La que más cuesta alcanzar: la humildad. La paciencia ante cada nuevo original. El ser capaz de coger un texto, partir de cero y llevarlo a un estado otro, transformarlo en una nueva instancia. Saber manejar los egos, las emociones, los sentimientos.

El ser capaz de entender al autor y su obra, sin prejuicios, darle el voto de confianza, aunque sea su primer libro…

¿Pero lo que más fastidia y desata la ira del editor…? Cuando el autor convierte el proceso de edición en un partido de tennis, y devuelve cada comentario con un sí, soy consciente, pero…, o un sí, entiendo lo que me dices pero…, y se niega una y otra vez a revisar la obra y a considerar siquiera las propuestas que se le hacen.

«Quitaré, lo que sea, solo tiene que decírmelo», le contesta Jude Law (Thomas Wolfe) a Colin Firth (Max Perkins) en Genius… ¡Dios!, ¿por qué todos no pueden decir lo mismo…? 🙂 🙂 🙂

La creación es un proceso arduo y hay que entender que nadie está paradójicamente en mejor y en peor posición que el propio autor para trabajar su obra después de acabarla. Por eso, editar también es saber negociar.

Afortunadamente solo recuerdo una vez, y por supuesto no daré muchos más detalles, donde estaba tan seguro del desastre que significaría si aquel pasaje no se corregía, que puse una condición al autor, sin importarme que ya teníamos prácticamente todo listo para la publicación. Le puse una única condición. O la cumplía y reescribía el pasaje en cuestión, o el libro no se publicaba, al menos conmigo. Y es que la gramática es laxa, pero hasta cierto punto: Todo el mundo no es Juan Ramón Jiménez.

Me costó hacerle entrar en razones, era un buen libro, y habría sido una pena no publicarlo, pero al igual que hay cosas que no se pagan, hay otras que no tienen precio. Eso sí, no es que me quedara contento, que no iba de placeres el asunto, pero sí me quedé con la conciencia muy tranquila, y es que, como dice el refrán, zapatero a tus zapatos…