Tony Évora: Espía británico en La Habana 17 febrero, 2017

Fabio Murrieta

© Fotografía de Alicia Moeller.

 

En cuanto al sentido que le doy a la muerte, creo que mi tercera nacionalidad debería ser la de mexicano. O debería declararme más budista que cristiano, o más oriental que occidental…

Reconozco que la muerte no me da ningún miedo, y aunque no me da exactamente por celebrarla, enseguida me vienen a la cabeza mil formas de reafirmar la vida (incluso contando chistes, oficio que se me da de pena). Tampoco me gustan los obituarios ni las notas necrológicas, así que cuando tengo que recordar a un amigo, o a un familiar fallecidos, prefiero hacerlo con el recuerdo de los ratos que pasé con ellos, sobre todo de los buenos momentos.

Acabo de enterarme del fallecimiento de Tony Évora, amigo entrañable donde los haya, al que pude disfrutar muy poco, pero lo suficiente como para que jamás le olvide y para que siempre tenga un sitio no ya en nuestro catálogo, sino en mi propia casa.

A Tony le conocí a través de Carlos Alberto Montaner, que me advirtió que le tenía muy cerca de Valencia, en la playa de Gandía, donde vivía el retiro soñado de cualquier inglés (durante años fue profesor en Oxford), y hasta allí me fui a conocerle y a conversar con él.

Tony era una suerte de mito para mí. Diseñó Lunes de Revolución, fue el primer director artístico el Instituto Cubano del Libro y el diseñador de la famosa R invertida que adornó las ediciones del mismo nombre y que identifican quizás la parte más hermosa de la revolución: la de repartir gratuitamente cultura…

A propósito de ello, entre sus anécdotas favoritas estaba la del día en que Fidel Castro lo citó en el hotel Riviera, y le preguntó con el ceño fruncido por qué el logotipo era una R invertida, si aquello era una provocación o si pretendía ser una traición velada a la revolución, y él le contestó que como la mayoría de los libros que publicaban lo hacían sin permiso de los autores y sus respectivas editoriales, saltándose y pirateando todas las leyes internacionales, era una forma de representar el carácter liberador y no subversivo de la revolución…, y el tipo se calmó…, concluía entre risas).

Las cubiertas de estos mismos libros fueron los que se llevó a Inglaterra y mostró en una entrevista de trabajo al director del grupo Longman, que a punto estuvo de negarle el puesto de diseñador, cuando comprobó que todos aquellos títulos pertenecían a su casa y habían sido «ripiados» (que no ripeados) sin piedad en Cuba, cuando intervino uno de los presentes y le dijo al director, bueno, mirémoslo por el lado bueno, el Sr. Évora ha sido hasta ahora «our man in Havana«…, y en este caso elbritish humour le consigió el empleo.

Tony Évora trabajó, entendió y conoció los libros desde una perspectiva única. Cuando le conocí, como si me estuviera adentrando más que en su salón, lo estuviera haciendo en sus dominios, lo primero que me pegó fue una gran bronca paternal, porque vio que todos los libros de Aduana Vieja que le llevaba de regalo tenían el lomo a la española (es decir, estando el libro en posición vertical, el lomo se imprime y se lee de abajo hacia arriba), y no a la inglesa, como él estaba convencido de que debía ser (o sea, de manera que cuando el ejemplar esté sobre un escritorio, aún amontonado entre otros libros, el título pueda leerse rápidamente).

Él con su maestría y yo con mi irreverencia, no nos pusimos de acuerdo. Eso sí, me llamó riendo cuando le envié su libro sobre el negro en América Latina, y comprobó que le habíamos puesto el lomo «al revés».
Fue un detalle que quise tener con él, y a día de hoy es el único libro que hemos hecho en Aduana Vieja que tiene el lomo como manda la escolástica de los lores (el libro sobre la mesa) y no la tradición española de la pereza (el libro en la estantería)…